viernes, 12 de octubre de 2007

Los hijos de la revolución

Tras las notables La noche del señor Lazarescu y Bucarest 12:08 , y pocas semanas antes del lanzamiento de 4 meses, 3 semanas y 2 días , reciente ganadora de la Palma de Oro en Cannes, llega esta ópera prima de Catalin Mitulescu, que también contaba con el aval del festival francés (en 2004 había ganado allí el premio al mejor cortometraje con Traffic ) y con el apoyo de dos productores de lujo: Martin Scorsese y Wim Wenders. En principio, hay que decir que el debut en el largometraje de este director de 35 años tiene muchos logros y valores y que, por lo tanto, su estreno comercial surge como otro hecho destacable, pero -al mismo tiempo- debe indicarse que, en la comparación, resulta un film bastante más obvio y convencional que los otros títulos apuntados.

Al igual que Bucarest 12:08 y que 4 meses, 3 semanas y 2 días , Cómo celebré el fin del mundo está vinculada a hechos ocurridos durante los últimos días de la dictadura comunista de Nicolae Ceausescu. En este caso, se narran las contradicciones, miserias y frustraciones de una familia trabajadora de un barrio de los suburbios de Bucarest desde el punto de vista de dos hermanos: Eva, una estudiante secundaria de 17 años, y Lali, un niño de siete. Mientras Eva (excelente interpretación de Dorotheea Petre) manifiesta la rebeldía e insatisfacción de una adolescente que sufre en todo su rigor la represión social imperante y sueña con huir de Rumania para conocer el mundo, su hermano menor idea un absurdo plan para asesinar a Ceausescu y así lograr que Eva permanezca junto con él.

El planteo inicial de Mitulescu (narrar la crisis social desde lo íntimo y personal) es por demás interesante, pero hay algunas decisiones de guión, de tono y de puesta en escena que limitan la frescura, la credibilidad y la eficacia de la propuesta. El director cae en algunos lugares comunes (la demagogia en la mirada de un niño tan simpático como querible, la exploración algo torpe de la iniciación sexual de Eva), se regodea con cierto patetismo pueblerino y con innecesarias apelaciones al realismo mágico y genera en la protagonista un dilema bastante elemental cuando tiene que elegir entre el amor por el hijo de un policía del régimen o el de un chico perteneciente a una familia de activistas políticos anticomunistas.

Sin embargo, más allá de sus limitaciones, de sus desniveles y de algunas decisiones artísticas que pueden discutírsele, hay en Cómo celebré el fin del mundo múltiples hallazgos: un retrato social impiadoso basado en lúcidas observaciones y que evita los golpes de efecto, una jerarquía narrativa infrecuente en un director debutante y una gran heroína construida a puro magnetismo, en una labor consagratoria, por Dorotheea Petre. Méritos suficientes como para hacer de esta tragicomedia otro interesante aporte de la siempre sorprendente producción rumana.

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